Don Luis Ramón Ramírez formó parte en Puerto Cabello, del
grupo de ciudadanos poseedores de condiciones morales excepcionales, acreedores
a la gratitud y respeto de la sociedad venezolana. El país transitaba el duro
camino de una dictadura militar que comenzaba a lacerar lo más puro del
pensamiento; aparecían ya las huellas de una represión colectiva, pero el acoso
criminal que el régimen de terror desató más tarde, apenas se presentía en el
rumor posible, de Pedro Estrada en la Seguridad Nacional.
Salvador Llovet ejercía la Gobernación del Estado Carabobo y
al acercarse el proceso de elecciones en el cual participarían URD, Copei y la
Cruzada Cívica Nacionalista, designó Prefecto de Puerto Cabello a su íntimo
amigo Luis Ramón Ramírez, tratando de lograr un equilibrio político en la
difícil situación que afectaba a todos los estratos de la población.
El nuevo Prefecto inició sus actividades oficiales,
autorizando un acto público de Unión Republicana Democrática que se llevaría a
cabo en la Plaza Salom, con intervención de dirigentes nacionales y regionales
de esta organización política.
La Asamblea Popular se convocó para las siete de la noche,
hora en que toda la zona fue tomada no sólo por urredistas, sino por adecos,
comunistas y esbirros al servicio del gobierno. Luis Ramón envió a la Plaza
Salom, a uno de sus viejos servidores de confianza para que recojiera datos y
le informara el desarrollo del acto político. Finalizada la llamada Asamblea
Popular, donde los oradores gozaron de libertad para expresar sus angustias y
protestar por el visible venta] ismo en un pro¬ceso que nació amañado, el
comisionado del Prefecto se trasladó al domicilio de éste y le informó:
—Don Luis. . .! esos sujetos se comportaron irrespetuo¬sos
con la Junta de Gobierno y con Don Salvador.
—Que más. . .? preguntó nervioso el viejo Prefecto.
—Bueno...! respondió el mensajero, tanto el Jefe de Policía,
como los militares y la Seguridad Nacional recibieron rolo y tolete.
Y de mí no dijeron nada. . . ?
expresó preocupado Don Luis.
—No, señor Ramírez, a usted ni siquiera lo mencionaron,
replicó sonreído su hombre de confianza.
—Carajo. . .! será que no valgo un comino, para que esos
desgraciados no me tomen en cuenta. . . ?
Olvidaba el Ilustre Prefecto, el gran aprecio y estimación
que le profesaba el pueblo por su condición de buen ciudadano. Nadie se atrevía
a profanar con palabras insultantes su bien ganado prestigio en Puerto Cabello.

