Dos
semicurvas y una recta componen la vieja callejuela que se extiende de oeste a
este. No posee otra salida que la misma entrada que es por la avenida Falcón,
aunque uno o dos recovecos conducen a los peatones hacia los lados de los
barrios El Jabillo y La Charneca. Este barrio fue emplazado en un terreno muy
irregular, al borde de una gran ciénaga, llamada La Plancha, que lo cubre por
el lado sur y en tiempo de lluvia se expande hacia el este. Por el norte le cae
una quebrada intermitente que se une en el extremo de la calle a los terrenos
cóncavos de La Plancha. Estas condiciones topográficas hicieron que las casas
se acomodaran anárquicamente y la calle se configurara sin ninguna simetría u
orden. Generalmente es estrecha, aunque en algunos puntos se ensancha; una que
otra casa están a media calle.
El
barrio se fundó en el segundo lustro de la década de los años cincuenta en
terrenos de un antiguo potrero. Su creación fue producto de la inmigración de
falconianos que vinieron tras los puestos de trabajo de la incipiente industria
petroquímica, humildes corianos que parapetearon sus humildes viviendas con
materiales sencillos o de desechos.
Los
barrios del norte del municipio entre los cuales citamos a Bota Burro, El
Mamón, El Jabillo y Unión, todos adyacentes a la avenida Falcón, fueron los que
concentraron, en esa época, la mayor cantidad de "cabezones"
provenientes de la tierra de los caquetíos. Entre los fundadores del barrio Los
Apamates recordamos a José del Carmen Fernádez, Luis Acosta, José Faneite,
Francisco Rodríguez, Isabel de Rodríguez, Dionisio Sánchez, Modesto Gotilla,
Juan de Dios Lugo, Ramón "el loco", Cosme Coello, Domingo Manzano,
Eustaquio Montañés, Fay Calembé, Tomás Méndez, Leonor de Quintero, Gregorio
Quevedo, José Partida; por la Av. Falcón, los Romero y los Sirit.
En la
quebrada húmeda había crecido una hilera de los altos apamates que cuando
florecían el cielo del barrio se nublaba de violetas y los niños de entonces
jugaban con las flores que al desprenderse de la cima caían girando en sí
mismas como un trompo, y movidas por la brisa se hacía difícil tomarlas en el
aire; ése era el juego, quien tomara mayor cantidad era el ganador.
Eran los
tiempos de los juegos infantiles sanos y de la tradición muy venezolana.
Lamentablemente han desaparecido y los muchachos de ahora se inclinan
prematuramente por los juegos de adultos (caballos, loterías, etc.) o llevados
por los valores foráneos que preconiza la televisión buscan entretenerse en
actos que en la mayoría de las veces hacen apología a la agresividad y a la
violencia.
Entre
los juegos que disfrutaban los zagalos del barrio estaban: policías y ladrones,
el fusilado (al que perdía se le deban vanos pelotazos por la espalda), las
metras o canicas, riñas de trompos (más de uno lloraba cuando le rajaban el
trompo), guataco por las orejas, palito matequillero, la pelota de goma
callejera. Estos juegos empezaban y terminaban en un gran bullicio o algarabía.
Otras veces los muchachos se acurrucaban en las aceras a oír los cuentos o
historias de algún adulto o galanteaban a las muchachas con un rin de bicleta o
un neumático que empujaban simulando un automóvil o andaban sobre una varilla
de madera que se convertía en caballo.
Con el
tiempo cayeron los apamates y al barrio se le llamó solamente Unión. Uno a uno
fueron desapareciendo, uno por la acción del hombre y otros por fuerza de la
naturaleza. La transformación llegó, los infantes se hicieron adolescentes, y
éstos, adultos.
Buscaron
el porvenir en los caminos tortuosos de la vida, el viejo barrio había servido
para una etapa de la existencia, ya que se hacían necesarios nuevos horizontes.
A uno pocos mayores se los llevó la pelona; otros, cuando jóvenes, se marcharon
a Valencia; pocos sucumbieron ante las sustancias psicotropicas y la mayoría
han encontrado otros lares y se mantienen fieles a principios de honestidad y
laboriosidad.
Cuando
fuimos concejales logramos asfaltarles su única calle y se les construyó una
buena cancha deportiva. Giannatale le hizo un puente, lástima que hoy esté
carcomido por la herrumbre. Los gobiernos (local y regional) sustituyeron la
red de aguas blancas y lo dotaron de cloacas, aceras y brocales. La escuelita
(construida por los fundadores) fue ampliada mejorándola considerablemente
gracias a la intervenciones de las maestras Mirian, Loly y Haydée.
Barrio
Unión fue el primer barrio de Morón que formó una junta de vecinos, no
obstante, quedó sin protocolizar en las oficinas de registro.
Fuente: Libro Crónicas desde Morón, escrito por el Profesor Alexis Coello.