lunes, 30 de noviembre de 2015

06- Las Pulperías



Como el agua cristalina de San Esteban que endulzó el paladar de nuestros abuelos y mereció elogios de muchos viajeros famosos, por su frescura y pureza, así recordamos a los viejos pulperos del puerto, algunos con blancas batas ennegrecidas en los bordes debido a los múltiples servicios que prestaban al popular comerciante: protección a su vestimenta, limpiador de polvos y secador de manos sudorosas, o llenas de aceite, papelón, mantequilla u otra sustancia alimenticia que se expendía detallada.

Nuestros pulperos eran verdaderos genios colaborando con las amas de casa para convertir una moneda de cincuenta céntimos en algo sustancioso en el condumio familiar: medio centavo de papelón; una puya de sal; puya y media de cebolla, ajo, comino y pimienta; un pan de a centavo; dos puyas de ahuyama, ocumo, ñame y plátano; una puya de mantequilla despachada en papel de traza. Se podía completar un bolívar con medio kilo de carne de res que costaba cincuenta céntimos.

Los negocios estaban bien surtidos con enlatados: sardinas a 0,25; salmón 0,50; diablito 0,37; y otros productos con precios al alcance de los presupuestos familiares. No faltaba el sabroso tequiche, arroz con coco, majarete, gofios, huecas, tortas burreras, torta be jar ana, dabudeque, pan de horno, al-midoncitos, bizcochitos de manteca, butaques, templones, alfeñiques, besitos, empanadas y unas tortas dulces conocidas como catalinas o cuquitas.

Además de alimentos, expendían licores detallados y así lo señalaban en vistosos avisos colocados frente al negocio. Los estantes se colmaban con bebidas alcohólicas preparadas con aguardientes de caña, berro, fruta e burro, yerba buena, canelita, ciruela, aluzema y otras sustancias aromáticas. El trago costaba una locha o medio cuando se servía en vasos "casquillos".

Había pulperías con escuálidas mercaderías conocidas co¬mo ratoneras. Todos halagaban a sus clientes: niños, jóvenes y ancianos, con populares ñapas de queso, ruscano, rule, carame¬los y otras golosinas. Igualmente, los habituales compradores, siempre amas de casa ahorrativas, recibían compensación de las ñapas con los famosos "taturos"; un pequeño recipiente nu¬merado o con el nombre del cliente donde echaban granos de maíz, caráota o frijol, de acuerdo con el valor de la operación. Ejemplo: compra por un real, se colocaba un grano; medio real, medio grano; un bolívar dos granos y así sucesivamente. El día sábado en la mañana se contaban los granos en presencia de los interesados y el cliente recibía su dinero. Se comentaba que algunos pulperos inescrupulosos sacaban granitos a los "taturos".

En las operaciones entre pulpero y cliente existió siem¬pre vinculación familiar, no sólo para el trueque cordial de un producto casero por otro, sino para el crónico "fiado" de víveres, cancelado puntualmente el día sábado, cuando el padre de familia cobraba sus salarios. En estas actividades se observaron curiosos casos como el del ama de casa que envió su pequeño hijo a la bodega donde sacaba el fiado semanal con la siguiente orden: "al señor Maduro de la pulpería 'La Cortada', que me mande los siguientes coroticos: un real de queso blanco, medio de café molido, un cuartillo de azúcar, una locha de pan de trigo y para completar el bolívar me traes medio real en efectivo".


Antes de pasar a formar parte de bodegas, abastos o supermercados, las modestas pulperías se recuerdan con nostalgia: "El Tetero", "La Colmena", "Bandera Roja", "Mi Despensa", "La Española", "La Cortada" y otras ubicadas en céntricas calles, angostos callejones o aledaños de una ciudad que abrió sus brazos para hacerse grande.