Como el agua cristalina de San Esteban que endulzó el
paladar de nuestros abuelos y mereció elogios de muchos viajeros famosos, por
su frescura y pureza, así recordamos a los viejos pulperos del puerto, algunos
con blancas batas ennegrecidas en los bordes debido a los múltiples servicios
que prestaban al popular comerciante: protección a su vestimenta, limpiador de
polvos y secador de manos sudorosas, o llenas de aceite, papelón, mantequilla u
otra sustancia alimenticia que se expendía detallada.
Nuestros pulperos eran verdaderos genios colaborando con las
amas de casa para convertir una moneda de cincuenta céntimos en algo
sustancioso en el condumio familiar: medio centavo de papelón; una puya de sal;
puya y media de cebolla, ajo, comino y pimienta; un pan de a centavo; dos puyas
de ahuyama, ocumo, ñame y plátano; una puya de mantequilla despachada en papel
de traza. Se podía completar un bolívar con medio kilo de carne de res que
costaba cincuenta céntimos.
Los negocios estaban bien surtidos con enlatados: sardinas a
0,25; salmón 0,50; diablito 0,37; y otros productos con precios al alcance de
los presupuestos familiares. No faltaba el sabroso tequiche, arroz con coco,
majarete, gofios, huecas, tortas burreras, torta be jar ana, dabudeque, pan de
horno, al-midoncitos, bizcochitos de manteca, butaques, templones, alfeñiques,
besitos, empanadas y unas tortas dulces conocidas como catalinas o cuquitas.
Además de alimentos, expendían licores detallados y así lo
señalaban en vistosos avisos colocados frente al negocio. Los estantes se
colmaban con bebidas alcohólicas preparadas con aguardientes de caña, berro,
fruta e burro, yerba buena, canelita, ciruela, aluzema y otras sustancias
aromáticas. El trago costaba una locha o medio cuando se servía en vasos
"casquillos".
Había pulperías con escuálidas mercaderías conocidas co¬mo
ratoneras. Todos halagaban a sus clientes: niños, jóvenes y ancianos, con
populares ñapas de queso, ruscano, rule, carame¬los y otras golosinas.
Igualmente, los habituales compradores, siempre amas de casa ahorrativas,
recibían compensación de las ñapas con los famosos "taturos"; un
pequeño recipiente nu¬merado o con el nombre del cliente donde echaban granos
de maíz, caráota o frijol, de acuerdo con el valor de la operación. Ejemplo:
compra por un real, se colocaba un grano; medio real, medio grano; un bolívar
dos granos y así sucesivamente. El día sábado en la mañana se contaban los granos
en presencia de los interesados y el cliente recibía su dinero. Se comentaba
que algunos pulperos inescrupulosos sacaban granitos a los "taturos".
En las operaciones entre pulpero y cliente existió siem¬pre
vinculación familiar, no sólo para el trueque cordial de un producto casero por
otro, sino para el crónico "fiado" de víveres, cancelado puntualmente
el día sábado, cuando el padre de familia cobraba sus salarios. En estas
actividades se observaron curiosos casos como el del ama de casa que envió su
pequeño hijo a la bodega donde sacaba el fiado semanal con la siguiente orden:
"al señor Maduro de la pulpería 'La Cortada', que me mande los siguientes
coroticos: un real de queso blanco, medio de café molido, un cuartillo de
azúcar, una locha de pan de trigo y para completar el bolívar me traes medio
real en efectivo".
Antes de pasar a formar parte de bodegas, abastos o
supermercados, las modestas pulperías se recuerdan con nostalgia: "El
Tetero", "La Colmena", "Bandera Roja", "Mi
Despensa", "La Española", "La Cortada" y otras
ubicadas en céntricas calles, angostos callejones o aledaños de una ciudad que
abrió sus brazos para hacerse grande.

