En cierta oportunidad, la Agencia del Banco de Venezuela fue
asaltada por cuatro delincuentes prófugos de Cayena. La forma corno operaron
los cacos fue establecida sin muchos estudios por la policía: los franceses
alquilaron una vieja casa vecina, construyeron un pasadizo y aprovecharon la
noche del sábado y parte del día domingo para realizar su fechoría.
Lograron llevarse veinte billetes de mil bolívares, suma
considerada de gran importancia para la fecha. El cuarteto de sospechosos los
detuvo el propio Albertini que conocía a perfección los movimientos del grupo,
pero éstos, a pesar de las torturas a que fueron sometidos, no revelaron el
escondite de los billetes sustraídos.
La concubina de uno de los detenidos fue atraída por el
Manco, bajo falsas promesas de amor que reblandecieron el corazón de la fémina.
Todo estaba claro, los cuatro sujetos te¬nían el botín metido en el ano, en
frascos acondicionados conteniendo cada uno cinco flamantes billetes de mil.
El Jefe del Penal, Paulino Camero, advertido por el
"Cojo Albertini" de las infidencias de la mujer de uno de los
sospechosos detenidos, utilizó el mejor método hasta hoy conocido para expulsar
objetos extraños; amarro a los excayeneros en un "botalón" del patio
central, desnudos y bajo sol inclemente del medio día, los obligó a consumir
dos litros de aguardiente alemán preparados especialmente por el boticario de
la Fortaleza. Dos horas más tarde, los prisioneros expulsaron los frascos
conteniendo los billetes del Banco de Venezuela, falleciendo en horas de la
noche deshidratados, después de una humillante agonía precedía de cólicos
violentos que arrancaban a las víctimas dolorosos lamentos.
Este suceso fue divulgado en la ciudad sin preocuparse las
autoridades policiales de esconder en parte el inhumano procedimiento. La
ejecución de los prisioneros, lenta y llena de sadismo, causó estupor en la
ciudadanía, pero advirtió al resto de prófugos de la Isla del Diablo refugiados
en Puerto Cabello, que su futuro dependía de sus comportamiento en la sociedad.
El "Manco Albertini" salió de esta prueba con mayores avales que lo
alejaban cada día más de las garras del Cónsul de Francia. Continuó paseando su
insolencia por las calles céntricas, montado en el hermoso caballo regalo de su
compadre el Jefe del Cuartel de Policía. Nadie escondía en la ciudad su repudio
a este personaje rodeado de infame y trágica leyenda. Se creía que en cualquier
rincón oscuro una daga atravesaría su pecho, pero el hombre murió
tranquilamente en una cómoda habitación del Hospital de Caridad. Tuberculosis
pulmonar, certificó el médico para cerrar el ciclo de terror de este hombre
Protegido del Diablo.

