Los barberos que ejercieron su oficio en Puerto Cabello
durante las primeras décadas del presente siglo: Pedro Vicente Gova, Nacho
Brito, Marcelino Rodríguez, Rafael Carreño, Ventura González, el coriano
Aureliano Hernández, Pedro Ramos conocido como "Pérez Soto", Gregorio
Núñez y Félix González, se vincularon íntimamente a su extensa clientela
porteña, pasando a formar parte de un núcleo depositario de las grandes
preocupaciones de algunos y de las inmensas satisfacciones de otros. Al compás
del traqueteo de la tijera "barrilito" y el peine de carey
confeccionado en los talleres de la Penitenciaria, estos barberos amigos
supieron ganarse el afecto de las personas que solicitaban sus servicios. No
contaban para realizar sus trabajos con sillas "Koken" ni
instrumentos eléctricos suavizantes, sino con dura silla de madera muy parecida
a la utilizada en la cárcel de Sing-Sing para electrocutar a los sentenciados a
pena capital.
A pesar de las grandes incomodidades, la hora de suplicio
que se pasaba en compañía de los maestros en el arte de podar cabelleras,
transcurría en amena conversación salpicada con chistes de subido color o temas
donde se implicaba la vida privada de personajes de figuracióón local, regional
o nacional, pero eso sí, jamás con la política y menos relacionando a sec¬tores
vinculados con Juan Vicente Gómez. La mayoría de los muchachos conocían el
terrorífico instrumento identificado como la máquina "Número Cero",
con el cual les dejaban el coco como bolas de billar; sobre todo cuando les
caían piojos en la escuela.
Los jóvenes y adultos, terminada la faena de los expertos
"fígaros", recibían el toque coquetón de perfumarles el
"cogote" con loción marca "Pompeya", agua de quina o
colonia elaborada por Don Carlos Maier; luego de la fuerte empolvada con un
oloroso producto marca "Sonrisa" que vendían los quincalleros a medio
real el sobre, el cliente satisfecho cancelaba la tarifa que variaba entre real
y medio y dos bolívares con rasuramiento de barba.
En la zona periférica y rural, la mayoría de los barberos
trabajaban al aire libre, cobijados a veces por la sombra de un frondoso árbol
o debajo de aleros exteriores de viviendas campesinas. Para cada caso se
contaba con los siguientes implementos: sillas con asiento y espaldar de cuero,
madera o esterilla, tijera, espejo, peine, aguamanil con ponchera, tobo y por
supuesto una navaja de afeitar que se afilaba en la suela de zapato o
alpargata.
Los más proletarios cortaban el pelo a sus improvisados
clientes utilizando una caja de madera vacía como asiento, el tronco de un
árbol seco y en ocasiones parados. Además de una totuma con agua mantenían un
recipiente con alcoholado, un pañito de uso múltiple y un cuarto de barra de
jabón azul; también contaban con navajas, peine y tijera, además del polvo
"Sonrisa" cuyo precio estaba al alcance de todas las capas sociales.

