lunes, 30 de noviembre de 2015

14- Pablo Arnole, un "Don Juan" orillero



Entre los conocidos y populares "viejos verdes", vecino de los alrededores de la Plaza "Bruzual" se recuerda a un anciano natural de Araba, que a pesar de los años de residencia en Puerto Cabello, su acento antillano no lo abandonó jamás, ni mucho menos su crónico humor de don Juan orillero para atacar a todas las mujeres que pasaban por su lado.

Pablo Arnole, era empleado de un establecimiento comercial que se ocupaba del despacho de pequeñas embarcaciones que viajaban a Curazao, Aruba o Bonaire, cargadas con frutos del país: Plátanos cambures, auyamas y otras verduras para consumo de los habitantes de esas islas. Se le conocía mo hombre pulcro en el vestir, de buenos modales, agradable, pero con el defecto que a veces produce la curva senil de algunos seres humanos: consideraba irresistible su persona para el abordaje al corazón de cualquier dama.

Por su escasa estatura, los amigos lo trataban con el diminutivo de Pablito y así lo identificaban la mayoría de las personas que llegaron a vincularse a este singular anciano, cuyas debilidades por el sexo femenino tuvieron amplia difusión en la época. Algunas de las travesuras amorosas atribuidas a este personaje pertenecían a madejas tejidas por mentalidades "ágiles dirigidas a enriquecer el aval donjuanesco del "viejito atacón".

Pablo Amolé, con siete décadas sobre su esquelética humanidad, al finalizar la dura jornada de trabajo regresaba a su hogar y para su descanso vespertino colocaba en la acera de su domicilio una mecedora, donde al compás del vaivén del cómodo y agradable mueble, observaba a las damas que transitaban por la Plazoleta Bruzual rumbo a sus domicilios. Las esbeltas con pantorrillas llenas y caderas abultadas siempre escuchaban el célebre piropo:

—Tá buena. . .! tá buenaza, como pá hace un pablit con mí. . . Esto lo repetía, hasta que la mujer se perdía en la penumbra de la calle Campo Elias.

Jóvenes apetitosas, viejas coquetonas, casadas, viudas o solteras, constituyeron la permanente cacería del otoñal antillano, por eso, en cualquier lugar de la ciudad, cuando alguien piropeaba a una mujer madura cuya edad oscilaba, como se decía, entre el canto del gallo y la media noche los amigos les hacían la siguiente observación cordial:

—Mi vale. . .! esa veterana sólo está buena para Pablito, no te embasures. . .