Entre los conocidos y populares "viejos verdes",
vecino de los alrededores de la Plaza "Bruzual" se recuerda a un
anciano natural de Araba, que a pesar de los años de residencia en Puerto
Cabello, su acento antillano no lo abandonó jamás, ni mucho menos su crónico
humor de don Juan orillero para atacar a todas las mujeres que pasaban por su
lado.
Pablo Arnole, era empleado de un establecimiento comercial
que se ocupaba del despacho de pequeñas embarcaciones que viajaban a Curazao,
Aruba o Bonaire, cargadas con frutos del país: Plátanos cambures, auyamas y
otras verduras para consumo de los habitantes de esas islas. Se le conocía mo
hombre pulcro en el vestir, de buenos modales, agradable, pero con el defecto
que a veces produce la curva senil de algunos seres humanos: consideraba
irresistible su persona para el abordaje al corazón de cualquier dama.
Por su escasa estatura, los amigos lo trataban con el
diminutivo de Pablito y así lo identificaban la mayoría de las personas que
llegaron a vincularse a este singular anciano, cuyas debilidades por el sexo
femenino tuvieron amplia difusión en la época. Algunas de las travesuras
amorosas atribuidas a este personaje pertenecían a madejas tejidas por
mentalidades "ágiles dirigidas a enriquecer el aval donjuanesco del
"viejito atacón".
Pablo Amolé, con siete décadas sobre su esquelética
humanidad, al finalizar la dura jornada de trabajo regresaba a su hogar y para
su descanso vespertino colocaba en la acera de su domicilio una mecedora, donde
al compás del vaivén del cómodo y agradable mueble, observaba a las damas que
transitaban por la Plazoleta Bruzual rumbo a sus domicilios. Las esbeltas con
pantorrillas llenas y caderas abultadas siempre escuchaban el célebre piropo:
—Tá buena. . .! tá buenaza, como pá hace un pablit con mí. .
. Esto lo repetía, hasta que la mujer se perdía en la penumbra de la calle Campo
Elias.
Jóvenes apetitosas, viejas coquetonas, casadas, viudas o
solteras, constituyeron la permanente cacería del otoñal antillano, por eso, en
cualquier lugar de la ciudad, cuando alguien piropeaba a una mujer madura cuya
edad oscilaba, como se decía, entre el canto del gallo y la media noche los
amigos les hacían la siguiente observación cordial:
—Mi vale. . .! esa veterana sólo está buena para Pablito, no
te embasures. . .

