Eddy Barrios es un distinguido miembro de nuestras Fuerzas
Armadas: marino, aviador, músico, poeta y dueño de una voz de tenor que en
noches de plenilunio disfrutan sus amigos al llevarle serenatas a los seres
amados.
Eddy es eso y mucho más, sobre todo cuando en alas de
aventuras en los cielos azules confunde las gaviotas con cardú¬menes de peces
parranderos. O tal vez se puede afirmar de su bohemia, que al rasgar con la
quilla de su barco la inmensidad del océano, presiente esclavizar a las
estrellas en su tránsito por el mar.
Una hijita de este buen amigo enfermó de repente y dada la
urgente circunstancia, la familia tenía que trasladarse a Caracas para someter
a estricto chequeo médico a la recién nacida. Debido a inoportunas fallas en el
motor, el automóvil del veterano marino no funcionó a tiempo, teniendo éste que
soli¬citar ayuda de Asdrúbal González para cumplir su cometido.
Asdrúbal estrenaba un flamante vehículo último modelo que
puso a disposición de su amigo en emergencia. Eddy se trasladó a Caracas, logró
que examinaran a su hija, regresó satisfecho con el diagnóstico médico y
entonando alegres melodías al lado de Aurora, se tragó en tiempo record los
doscientos kilómetros que separan a este pueblo de la capital de la República.
Toda una travesía feliz; sin contratiempos, sin problemas;
eufóricos por la buena salud de la chiquilla. Ultima estación del recorrido: el
garage de la residencia en Cumboto; hora 11 y 30 pm. Al maniobrar la hermosa
"nave" el conductor presintió que la carrocería rozaba con la reja.
Nervioso revisó cuidadosamente el lado crítico; alarmado observó una larga raya
entre el "parafango" delantero y la puerta del mismo lado.
Dios mío. . .! expresó angustiado. Que buena vaina, ya le
rayé el carro nuevo a Carmen Alicia, esposa de Asdrúbal y propietaria del
vehículo.
Noche interminable. Noche de insomnio esperando las primeras
horas de la mañana para reparar el daño en un taller. Angustia, pena, arrechera
consigo mismo, en fin todo un dolor de cabeza, todo un drama por el bendito
rayón.
Ocho en punto de la mañana y ya nuestro sujeto estaba como
un tlavel a las puertas del taller de la Concesionaria del Vehículo. Debía
precederse rápidamente y con cautela para que su buen amigo no se diera cuenta
del accidente. Así lo pidió al encargado de reparaciones.
En el preciso instante en que el latonero-pintor iniciaba su
trabajo, sorpresivamente se presentó en el lugar Asdrúbal González solicitando
a un cliente suyo para arreglar asuntos de tipo jurídico. Cuando el abogado vio
a Eddy, perdió el color, la tensión le bajó, un mareo se apoderó de su cuerpo
con intenso sudor de angustia y sólo pensó:
Ay carajo. . .! Eddy chocó el carro.
Por su parte, el marino-aviador no encontraba palabras para
explicar el problema y balbuceando, casi masticando las palabras expresó.
—Asdrúbal. . .! fíjate en ese tronco de rayón que
invo¬luntariamente le hice al automóvil, pero no te preocupes ya va a estar
listo.
—Eso era todo. . .! contestó asustado. Eso era todo? repitió
nervioso. No te preocupes chico, ese rayón se lo hice yo cuando regresaba de
Valencia la semana pasada.
Las aguas bajaron a su nivel y la tensión de ambos amigos se
normalizó con un suculento almuerzo, que por supuesto pagó Eddy en un famoso
restaurant de la ciudad.

