Su nombre era Tomás Faneite. Contaba apenas 29 años cuando
el destino le jugó una mala pasada para tronchar su vida. Esbirros de la
Seguridad Nacional, soporte de un régimen corrompido, lo asesinaron con saña
lombrosiana sin importarles su angustiada protesta. Se le acusaba de un delito
que la imaginación criminal de los victimarios fabricaron para silenciar su
voz.
Su nombre era Tomás Feneite y murió horriblemente torturado
en la oscura habitación que Seguranal había acondicionado para estos
abominables fines. No soportó aquel hombre que había comenzado a transitar por
senderos adultos, la golpiza que le propinaron buscando una confesión de culpa
imposible de lograr por algo inexistente.
Su nombre era Tomás Faneite y su delito fue, además de joven
con mirada desafiante, ser militante de una organización política desafecta,
aunque tímidamente, al gobernante que bajó igualmente de la montaña como Juan
Vicente Gómez, para saquear las arcas del tesoro público, por medio del terror
y el vejamen.
Su nombre era Tomás Faneite, pero el médico forense que
levantó el informe legal sobre aquella injusta muerte, afirmó desconocer la
identidad de la víctima para certificar el deceso por suicidio. Brazos y
yugular fueron cercenados como prueba del suceso: "el preso se quitó la
vida utilizando fragmentos de un plato de loza con los cuales se cortó las
venas provocando hemorragias intensas". Como Poncio Pilatos, el forense se
lavó las manos y estamos seguros que rnás tarde en la soledad del hogar,
vomitaría aquella podredumbre.
Su nombre era Tomás Faneite a quien nadie escuchó gritar su
angustia de moribundo solitario. Ni siquiera presintió en su agonía la
proximidad de los verdugos silbando baladas de una alegría trágica, poniendo
como vendajes de escarnio todo cinismo para acelerar la muerte. En aquella
noche larga en que los bárbaros punteaban sus instrumentos para la tortura
final, una madre lejana ignoraba el triste destino de su hijo.
Su nombre era Tomás Faneite y murió con sus visceras
salvajemente destrozadas sin conocer la identidad de sus torturadores. La
realidad de su delito la consignó lahistoria cuando la patria retornó al
sosiego. Su nombre tal vez se lo tragó el olvido, mientras sus victimarios
continuarían prestando servicios a otras policías del Estado, utilizando
métodos distintos, pero con la misma crueldad del resonar siniestro de sus
risas y el estallar furioso de sus látigos.
