lunes, 30 de noviembre de 2015

32- Fantasmas y aparecidos



Tanto en la época colonial como en la etapa rural de la naciente república, las capas sociales de bajo nivel cultural y algunas surgidas de núcleos moldeadas en caducas concepciones morales, mantenían creencias fanáticas amasadas en versiones orales sobre supuestas apariciones de fantasmas, y otras basadas en leyendas y tradiciones que los africanos trajeron cuando los esclavizadores los aventaron en tierras americanas.
De ese fanatismo religioso convertido en temor sobre todo aquello que refleja el más allá, fue hábilmente aprovechado por numerosos don Juanes para lograr sus propósitos cuando las viejas y celosas guardianes de apetitosas jovencitas descuidaban sus obligaciones maternales arrinconándose en improvisados altares para rezarle a las ánimas benditas del purgatorio.
La llorona, el ánima sola, el seretón, el jinete sin cabeza, el carretón, la cochina parida, la muía maniá, la sayona, la viuda loca y otros personajes de leyendas, tejieron mil historias en la fantasía de las abuelas, algunas de las cuales sonreían picarescamente al recordar sus aventuras juveniles protegidas por el temor que causaban los "aparecidos".
La Borburata de Pedro de Alvarez que sintió la inclemente rapiña de cuanto aventurero surcó las aguas del Caribe, fue escenario para el montaje de algunas travesuras fantasmales contabilizadas a ciertos Capitanes o a Capellanes que cuidaban sus reputaciones. Era fácil maniobrar en aquellas calles oscuras, sobre brio¬so caballo o encapotados profiriendo escandalosos gritos semejantes a lamentos de ánimas en pena, para que la mayoría de los vecinos buscaran refugio en sus hogares, asegurando puertas y ventanas, pero descuidando a veces los portones del amplio patio, sitio aprovechado por el "don Juan" para lograr sus propósitos amorosos, mientras los demás dormían abrazados a sus miedos.
Lo barrios de San Millán, Matadero, Campo Alegre, hasta calles y callejones oscuros y solitarios del viejo puerto, conocieron la presencia del "corretón", del "Jinete sin cabeza" y la "cochina parida", que ampararon a sus creadores mientras en avanzadas horas de la noche, éstos disfrutaban el dulce encanto ofrecido por alguna dama casquivana que escondía la identidad cubriendo el bello rostro con su mantilla sevillana o en todo caso, la viuda coquetona temerosa de murmuraciones.