Tanto en la época colonial como en la etapa rural de la
naciente república, las capas sociales de bajo nivel cultural y algunas surgidas
de núcleos moldeadas en caducas concepciones morales, mantenían creencias
fanáticas amasadas en versiones orales sobre supuestas apariciones de
fantasmas, y otras basadas en leyendas y tradiciones que los africanos trajeron
cuando los esclavizadores los aventaron en tierras americanas.
De ese fanatismo religioso convertido en temor sobre todo
aquello que refleja el más allá, fue hábilmente aprovechado por numerosos don
Juanes para lograr sus propósitos cuando las viejas y celosas guardianes de
apetitosas jovencitas descuidaban sus obligaciones maternales arrinconándose en
improvisados altares para rezarle a las ánimas benditas del purgatorio.
La llorona, el ánima sola, el seretón, el jinete sin cabeza,
el carretón, la cochina parida, la muía maniá, la sayona, la viuda loca y otros
personajes de leyendas, tejieron mil historias en la fantasía de las abuelas,
algunas de las cuales sonreían picarescamente al recordar sus aventuras
juveniles protegidas por el temor que causaban los "aparecidos".
La Borburata de Pedro de Alvarez que sintió la inclemente
rapiña de cuanto aventurero surcó las aguas del Caribe, fue escenario para el
montaje de algunas travesuras fantasmales contabilizadas a ciertos Capitanes o
a Capellanes que cuidaban sus reputaciones. Era fácil maniobrar en aquellas
calles oscuras, sobre brio¬so caballo o encapotados profiriendo escandalosos
gritos semejantes a lamentos de ánimas en pena, para que la mayoría de los
vecinos buscaran refugio en sus hogares, asegurando puertas y ventanas, pero
descuidando a veces los portones del amplio patio, sitio aprovechado por el
"don Juan" para lograr sus propósitos amorosos, mientras los demás
dormían abrazados a sus miedos.
Lo barrios de San Millán, Matadero, Campo Alegre, hasta
calles y callejones oscuros y solitarios del viejo puerto, conocieron la
presencia del "corretón", del "Jinete sin cabeza" y la
"cochina parida", que ampararon a sus creadores mientras en avanzadas
horas de la noche, éstos disfrutaban el dulce encanto ofrecido por alguna dama
casquivana que escondía la identidad cubriendo el bello rostro con su mantilla
sevillana o en todo caso, la viuda coquetona temerosa de murmuraciones.
