Para citar algunos casos de "Cayeneros" en Puerto
Cabello, comenzaremos con un sombrío expresidiario del célebre penal conocido
como la "Isla del Diablo" ubicado en la región selvática que los galos
controlaban en Guayana, donde los senten¬ciados por la justicia francesa a
cadena perpetua, por las con¬dicciones ambientales del medio y el riguroso
sistema carcelario empleado, preferían buscar el escape por la zona montañosa
llena de peligros, antes que esperar una muerte lenta y dolorosa en aquel
fatídico presidio.
De los evadidos de Cayena, era el "Manco
Albertini": ser despreciable, con un físico marcado por la maldad que
avalaban sus acciones al servicio de la policía local, sobre todo la persecución
y vejamen de aquellos infortunados que caían en sus redes por delitos leves.
Albertini cojeaba de la pierna derecha debido a una lesión
que sufrió al escaparse de la Isla del Diablo. En un hermoso caballo blanco
exhibía su siniestra figura en las calles de la ciudad. Frecuentemente se le
vio llevando a los presos amarrados trotando detrás del animal hasta el Cuartel
de Policía. El acto odioso protagonizado por este miserable, recibía el repudio
popular representado con gestos de asco visibles en las escupidas lanzadas al
paso de esta humillante procesión.
En Puerto Cabello residía para la época un Cónsul de Francia
de nombre Antonio Croce, cuya misión principal era la de mantener bajo estricta
vigilancia las actividades de los pró¬fugos de Cayena que habían hecho su
Cuartel en esta región. Albertini le tenía pánico al Cónsul y por eso se asiló
bajo la sombra protectora del Jefe de Policía, prestándole servicios que por
crueldad superaban los límites de la tolerancia humana.
Hombre sin escrúpulos, excelente rastreador, fue igual¬mente
el más eficaz perseguidor de sus antiguos camaradas de fechorías. Cuando
alguien quería identificar a otro sujeto como indeseable, expresaba: "Ese
tipo es más malo que el Cojo Albertini".
Por cierto, este personaje fue factor de primera línea en la
captura de un cuarteto de asesinos que tenía su guarida en el sector de
"Playa Blanca", a los cuales se les atribuyeron nu¬merosos crímenes.
Procedían de la Isla del Diablo donde habían logrado fugarse siguiendo la ruta
de montaña hasta las costas de Güiria. De la región oriental viajaron hasta
Puerto Cabello, residenciándose en una modesta casa ubicada cerca de la playa.
Los cayeneros adquirieron una lancha, se rumoró que- la
robaron en Boca de Aroa, en la cual salían mar adentro en horas de la noche
supuestamente con el fin de pescar en un "bajo" frente a la isla de
Goaigoaza. El vecindario sospechaba de las actividades de estos franceses,
debido a ruidos raros que escuchaban sobre todo en la madrugada, como si alguien
prac¬ticara ritos macabros con sacrificios humanos.
Un confidente del Manco Albertini le sopló el dato y la
policía practicó el allanamiento de la vivienda, encontrando el cadáver de un
anciano horriblemente mutilado y con la cabeza aplastada, presuntamente utilizando
una mandarria.
Conducidos a calabozos aislados en la cárcel de la
"Correc¬ción", los delincuentes confesaron sus numerosos crímenes,
detallando los mismos con pasmosa tranquilidad: asaltaban a personas que
transitaban por lugares solitarios, les robaban sus pertenencias y para evitar
ser identificados, llevaban a sus víc¬timas al Rancho de Playa Blanca donde las
asesinaban con sádica crueldad.
Consumado el crimen procedían a descuartizar el cadáver,
metían los trozos en sacos de fique llenos con pesadas piedras, embarcaban su
macabra mercancía y luego los lanzaban al mar en sus excursiones nocturnas por
el golfete.
Todo cronométricamente planeado tratando de perfeccio¬nar el
crimen, ignorando que la justicia divina tiene millones de ojos vigilantes.
Comentaban en la ciudad que a estos pillos los envenenaron con vidrio molido en
el Castillo, dándole así punto final a la sangrienta carrera delictiva que
signó sus vidas.

