Entre los personajes populares cuyo recuerdo permaneció
hasta finales de la tercera década del-siglo xx, se encuentra un
"Cochero" conocido como Caraotica, por haber perdido su identidad
entre el humo maloliente del tabaco en rama y el exceso de alcohol barato
alojado en su esquelética humanidad. El año 1919 la ciudad sufrió los rigores
de una epidemia diagnosticada como "gripe española", cuyo saldo
trágico cubrió de dolor a gran parte de la población. La enfermedad no respetó
clasessociales: ricos y pobres, blancos y negros, fueron víctimas de este
morbo, que según los médicos sanitaristas procedía de Europa.
En la Sabana de Santa Lucíase acondionó un terreno para
sepultar los centenares de cadáveres que la peste dejaba en su tránsito de
muerte por todos los rincones del pueblo. La sanidad encargó a Caraotica el
trabajo de transportar la peligrosa carga hasta su última morada. Este hombre y
el célebre personaje de la "Barca de Carente", tenían gran similitud.
El Carretón tirado por una famélica muía hacía su diario
recorrido por calles y callejones donde el luto ensombrecía el corazón de sus
habitantes. Macabra visita la de aquel "Caraotica", cuando después
del toque a la puerta de la vivienda preguntaba con voz melosa: Cuántos muertos
hay en esta casa...? Los cadáveres recogidos a domicilio para llevarlos a la
fosa común de Santa Lucía, llenaban el apretado espacio de aquel peculiar
transporte urbano. Uno, dos, tres y hasta diez, contaba con amplia sonrisa
"el cochero de la muerte". Por cada cliente cobraba unbolívar y el
premio de una botella de caña blanca en cada viaje.
Existía un sórdido rumor en el pueblo sobre la conducta de
"Caraotica" y su cadavérica clientela: cuando algún viajero
infortunado tirado al carretón por un diagnóstico improvisado sobre su muerte,
lograba sobreponerse durante la dura travesía y gritaba desesperado para
advertir al conductor que él aún vivía, el célebre cochero le respondía con
toda la mala intención que su estado etílico le permitía: Cállese carajo. . .!
usted está muerto y al joyo va. . .! y así era.